sábado, 28 de noviembre de 2009

Salía el sol por Antequera, pero a mí me daba lo mismo porque yo no vivía en Antequera. Antequera estaba al final de la carretera, yendo hacia el interior. Pero yo no quería adentrarme, yo quería escapar hacia el mar.
Cádiz es una ciudad pequeña, incómoda de llegar por carretera a las horas puntas. En verdad, es una isla unida al resto de la pronvincia por un puente. Yo no nací en Cádiz, tampoco he vivido muchos años ahí, pero me gusta imaginarme gaditana porque era la zona más alejada de mi mundo conocido, era mi Finisterre particular. Era donde terminaba la realidad y comenzaba lo imaginario. Más allá de Cádiz, a pocos kilómetros, el extranjero, esa fascinación tan grande, lo otro, lo diferente, lo imcomprensible.

Me harté de extranjería, de berbería, de hachis y de té. Crucé el mar escoltada por delfines que se masturbaban con las olas al verme escapar gracias al genio que me había concedido mi deseo. Mi tercer deseo o mi cuarto, ya no sé bien... Han sido tantos. Y llegué y vi y sentí y aprendí y conocí y gocé y disfruté. Y se acabó, afortunadamente. Me queda el recuerdo, los amigos, las fotos y un cinturón de cuero que compré en Marrakech. He vuelto más veces, pero ya los delfines no me acompañan. O sí, pero las nubes me impiden verlo.

Dicen que salía el sol por Antequera... no sé... no soy madrugadora.

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