lunes, 2 de diciembre de 2013

Yo tenía razón.
 ¿Dónde viven esas personas? preguntaba en casa cuando, de niña, veíamos películas de época. En ninguna parte, me decían mientras se miraban entre ellos con una sonrisa cómplice. Yo pensaba que no me respondían por miedo a que yo me fuera, los abandonara y no volviera. Años después he comprobado que yo tenía razón.
Al mirar por la ventana de mi casa en el sur de Europa veo gentes en camiseta de tirantes, shorts, biseras, sandalias; veo descapotables, motos, bicis con sus cestitas, veo niños jugando con juguetes electrónicos, con patines fluorescentes. A escasas dos horas de vuelo sin escalas, al mirar por la ventana de mi casa del norte de áfrica veo mujeres veladas, otras con amplias pamelas, con vestidos hasta los píes y hombres con largas camisolas con turbantes en sus cabezas; veo carros tirados por mulas, cabras paseando por las calles, veo niños correteando con un enormes aros que empujan con palos y niñas jugando al corro.
Yo estaba en lo cierto: no eran de otro tiempo, sino que vivían en otro lugar.

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